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domingo, 11 de mayo de 2008

Sorpresas regenerativas


Mira tú por dónde: Martínez Gorriarán también cojea...y además...tiene gracia, de entre todos sionistas, los histéricos, también son culpables del holocausto nazi.
Recordemos que este es uno de los que junto a Rosa Diéz, estan llamados a regenerar la política española por la izquierda desde el nuevo partido UPyD.
Si una lo piensa, detenidamente, sacar a colación el sionismo el holocausto e histerismos varios a propósito de "Zero", no deja de ser preocupante y/o patético.

http://www.bastaya.org/www2/habitual.php
"(...) Como tantos otros que quieren convertir el derecho en privilegio abusivo, Zero recuerda a esos sionistas histéricos que consideran a todo el mundo, menos a ellos, culpables del Holocausto nazi, y que tachan de antisemita cualquier crítica a los abusos y brutalidades del Estado de Israel en los territorios ocupados. (...)".

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El postre tiene que ser dulce


Israel

POR JON JUARISTI

EN el sexagésimo aniversario de la fundación del Estado de Israel, los periódicos españoles recuerdan la inmediatez de su reconocimiento por los Estados Unidos, y no paran de hablar de Al Nakba, la mítica catástrofe fundacional de la identidad palestina. Antiamericanismo subrogado y victimismo arcaico. Para eso da la efemérides. Para una cobertura periodística sudanesa.
Israel es una nación. Probablemente, una de las dos únicas naciones dignas de tal nombre que quedan en el mundo (la otra es los Estados Unidos, por supuesto). Los palestinos son menos nacionalidad hoy que hace diez años. Parece que se cumple trágicamente en ellos aquel viejo principio aplicable al mundo árabe en su conjunto: nada provoca en él mayores divisiones fratricidas que la aspiración a la unidad. Culpar a Israel de las tensiones -seamos, por una vez, eufemistas- entre Hamás y la OLP resultará todo lo progresista que se quiera, pero ni los mismos árabes se tragan ya semejante patraña. Los que simpatizan con la Autoridad Nacional Palestina culpan a Hamás, y a la inversa. Aquí, la prensa proárabe (que, como es sabido, desprecia a los árabes) ni se entera.
Que Israel sea una nación tiene ventajas e inconvenientes para los israelíes. Entre las ventajas, la mayor sigue siendo, hoy como en 1948, la posibilidad de vivir la condición judía con la relativa normalidad asegurada por un Estado que se define como judío y una población que mayoritariamente se reconoce en esa identidad. O sea, que un ciudadano no tiene que andar dando explicaciones de por qué es judío, lo que, si hasta en Newark, New Jersey, se hace difícil, a pesar de la abundancia de judíos en el vecindario, para qué hablar de cómo se sobrelleva en Madrid. En cambio, el Estado de Israel ha conseguido reducir el antisemitismo ambiental a un mínimo soportable.
Por otra parte, los israelíes comparten un proyecto: subsistir como una nación democrática. No es poco, habida cuenta del panorama, y pocos países lo tienen tan claro. Que, además de todos los esfuerzos invertidos en esa tarea, les quede energía suficiente para convertirse en una referencia mundial en nuevas tecnologías e incluso haya producido una literatura de calidad más que respetable dice bastante a favor de la fórmula nacional, tan desacreditada en Europa. El inconveniente más grave se deriva de que tratan de sacar adelante dicho proyecto en medio de países que no han conocido la democracia y donde la sola idea de nación es impugnada o violentamente combatida por el islamismo. Hace veinte años, las principales amenazas para el proyecto israelí venían de un nacionalismo árabe, incluido el palestino, que hoy se bate (en retirada) con el mismo enemigo que persigue la aniquilación de Israel.
Obviamente, Israel no puede esperar nada de los restos del nacionalismo árabe. ¿Es razonable suponer que las democráticas sociedades occidentales se mostrarán hoy más sensibles y comprometidas hacia el Israel amenazado directamente por el régimen iraní y por la marea fundamentalista de Oriente Medio? Pues tampoco, y España es un perfecto ejemplo. La extensión de la democracia «social» debilita la nación-estado y suscita antipatías espontáneas, más o menos trufadas de mala fe, contra los Estados nacionales que quieren persistir en su ser. El antisemitismo clásico, de derechas, odiaba a los judíos por su supuesto rechazo de la nación. La nueva judeofobia de izquierdas condena a los israelíes a causa del apego de éstos a la forma nacional. ¿Cabe esperar una actitud distinta en los nacionalismos secesionistas? A la vista está que no. Las izquierdas nacionalistas son abiertamente hostiles al Estado de Israel, y los nacionalismos de derechas, que buscan desesperadamente votos en el electorado radical, se cuidan mucho de no desempolvar la retórica pro-israelí que en otro tiempo caracterizó a fuerzas como el PNV o CiU. En conjunto, los españoles, como la mayoría de los europeos no alemanes, optan por la irresponsabilidad suicida. Pues Israel ya no es el gran obstáculo para el Estado palestino (bastante obstáculo tienen los palestinos con ellos mismos), sino la barrera que necesita romper el islamismo para merendarse a Europa.

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