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domingo, 30 de septiembre de 2007

Irak, Juaristi, Savater, cosas que importan

El mundo en estado de alerta, Irán armándose nuclearmente y amenazando la existencia del Estado de Israel ; un nuevo partido en vias de aparición y las elecciones a la vuelta de la esquina.
La semana pasada El Pais publicó unas conversaciones entre Bush y Aznar que habían permanecido secretas hasta ahora
. Será casualidad o no, parece que toca hacer balance de la intervención en Irak; esa guerra en la que cayó Sadam , cayó el Partido Popular y cayeron casi 200 personas en Madrid, sin que el megajuicio haya aún concluido.

Savater coincide con el Papa¡ Cosas veredes! Aquí el artículo de Juaristi



Irak

POR JON JUARISTI
SOSTIENE mi amigo Fernando Savater que la intervención en Irak no fue la ocasión más afortunada que pudo encontrar el PP para discrepar con el Vaticano, y a mí, qué le vamos a hacer, sigue pareciéndome que no fue la más feliz que pudo encontrar Fernando para coincidir por una vez con Juan Pablo II (y, de paso, con Rodríguez Zapatero). Aclaro que, en lo referente a tal coincidencia, jamás tuve dudas acerca de la nobleza de principios de Savater, la grandeza humana del Papa o el estúpido oportunismo de Rodríguez. Genios, santos, cretinos y miserables pueden equivocarse conjuntamente (o acertar) en materia de política o de su continuación por otros medios.
Savater sostiene lo que sostiene porque cree que cuatro años de guerra interminable avalan su pacifismo de entonces y condenan retrospectivamente el intervencionismo de Aznar, y yo creo que ni lo uno ni lo otro. Si Bush y sus aliados se hubiesen limitado a amagar, la situación hoy en Irak no sería mucho mejor. Para empezar, no quedaría un kurdo vivo. Conviene recordar que los kurdos se habían echado al monte antes de que el primer soldado americano pisase territorio iraquí. La inhibición de los aliados habría implicado, de entrada, la consumación de un genocidio que Sadam Hussein había puesto en marcha después de la Guerra del Golfo. Especular con una más que posible represión sangrienta de la oposición chiíta quizá sería incurrir en ese género literario conocido por historia virtual, pero el destino de los kurdos no era asunto de especulación. Su insurrección se había producido a la desesperada, cuando la ofensiva americana y británica no constituía aún una certeza. Si acaso, una promesa, y los kurdos tenían motivos sobrados para no fiarse de ese tipo de promesas.
Pero, por supuesto, no voy a agarrarme a los kurdos como coartada humanitaria para justificar una intervención irreprochable. ¿Alguien puede pensar, desde el presente, que sin los ejércitos aliados en Afganistán e Irak la región sería hoy una balsa de aceite? ¿Que los islamofascistas habrían respetado el fascismo laico de Sadam Hussein? Tanto como respetaron a la autoridad palestina. Los atentados del 11 de septiembre de 2001 fueron su declaración de guerra al mundo: a las democracias liberales, pero también a los regímenes nacionalistas y a las oligarquías feudales de los países islámicos. ¿A todos? Bueno, la Siria nacionalista (y oligárquica) de Asad se ha librado de la quema como se libran los estados títeres: desestabilizando el Líbano, hostigando a Israel a través de milicias subalternas y convirtiéndose en el corredor de las fuerzas de refresco para el terrorismo islamista en Irak, pero es una fruta podrida y caerá y, más temprano que tarde, se convertirá en otra Gaza, pese a su cacareada pluralidad religiosa. Nunca olvidaré el discurso antisemita y los cantos de alabanza a Bin Laden con que me dio la bienvenida a su país (en la embajada española de Damasco y cuando aún no habían transcurrido cien días desde el 11-S) un notorio intelectual del régimen, nacionalista y, por cierto, cristiano. Un tipo siniestro muy representativo, en cualquier caso, del Baaz sirio tan caro a Moratinos.
Mientras el Ministro español de Asuntos Exteriores fungía de recadero de Asad para asestar a Israel, ONU mediante, otra puñalada trapera (la fuerza de la costumbre), alguien, en alguna oficina del ministerio que tan atinada y brillantemente dirige, se entretenía en filtrar a la prensa adicta el acta de una conversación de febrero de 2003 entre Aznar y Bush. Una vez pregunté a Aznar si no le preocupaban sus enemigos. «Me preocupan más los aduladores», me contestó con esa locuacidad inagotable que lo caracteriza. En consecuencia, y para no añadirle preocupaciones, voy a callarme lo que he pensado de él tras la lectura del acta susodicha. Otros son quienes deberían preocuparse por las iniciativas de sus leales, porque quizá la filtración haya perseguido distraer la atención de la espectacular entrevista neoyorquina de Rodríguez y Bush, pero el texto filtrado, más que al olvido del presente, invita a la comparación. ¿No será el filtrador un infiltrado?

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